Donde crecí hay un bonito río,
cerquita de mi casa, a menos de 100 metros está el río,
ahí en el rio vive un chico, de sonrisa pícara, de sonrisa bonita.
En el río juego con mi vecino, salimos a correr a la orilla,
salimos a caminar a la orilla, platicamos ahí, con el rio.
La sonrisa de mi vecino me gusta mucho, me gusta su frente al reírse,
es lindo el vecino, con todo y su sonrisa, y más al lado del río,
ahí entre mi casa y el río vive el chico.
El agua suena rico cuando choca con las raíces de los ahuehuetes haciendo pozas y cascaditas,
de esas diminutas donde se atrapan charales y pochochos,
en el barro que se encuentra en las orillas del río crecen suaves hierbas verdes todo el año, lleno de tréboles, lleno de zacate, lleno de hojarasca.
Entre un zapote y un amate hay un espacio,
dentro de dos árboles como un refugio, bonito, natural, agradable.
Ahí quedamos con mi vecino siempre, para platicar dentro de los árboles,
que nos protegen, que nos vigilan, que nos abrazan.
Mi vecino y yo somos niños del río,
ahí nacimos y ahí estamos creciendo,
el río fue cómplice de nuestra vida a sus orillas,
siempre atento, siempre hablando, el río que nos cuida.
Me gusta la sonrisa de mi vecino,
más cuando la combina con un apretón de brazos derredor mío,
más cuando la utiliza al hablarme cerca, cerquita,
más cuando ríe, después de un beso,
más cuando ríe, después de eso.
El agua que lleva el río aún es limpia,
el beso de mi vecino aún sincero.
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